Se despertó aterrada al escuchar el rugido del animal junto a ella. Poseía el ritmo de una pesada respiración que retumbaba por todo el lugar. Le hizo temblar.
Se giró para palpar a su alrededor. Sumida en la oscuridad. No veía nada. Estaba tumbada sobre una superficie blanda, pero sin saber dónde se encontraba. Necesitaba saberlo, pues tenía frío y no tenía constancia de haberse introducido en ninguna una cueva.
Alargó el brazo con cuidado, quedándose congelada al percatarse de que el sonido del animal surgía junto a ella, demasiado cerca. Su mano tocó pelo y piel, sin duda era un animal peludo. La realización de tener un oso junto a ella la paralizó, pero siguió explorando con las yemas de los dedos hasta que…
—Joder María, que me metes el dedo en el ojo —dijo su marido adormilado.
—Pues no me quites el edredón Paco, que me hielo el culo —le contestó ella mucho más relajada.
Deja una respuesta